Viet Thanh Nguyen: los incidentes de los rostros pintados de negro en Cal Poly muestran por qué necesitamos mejor educación sobre el racismo
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Por segunda ocasión en cuestión de semanas, un estudiante blanco de Cal Poly San Luis Obispo se pintó la cara de negro. Después del primer incidente, a finales de abril, el alumno que se había coloreado el rostro, Kyler Watkins, escribió en una carta al periódico estudiantil de Cal Poly que “al crecer blanco y privilegiado, era realmente inconsciente de lo insensible que fui hacia las implicaciones raciales de llevar la cara negra”.
Al principio, me enojé y entristecí. Entonces pensé en mí, cuando tenía alrededor de su edad.
Fui activista político como estudiante de UC Berkeley, a principios de la década de 1990. Como creyente en la solidaridad racial, nunca me habría pintado el rostro de negro o me habría puesto un sombrero para el Cinco de Mayo o me habría disfrazado de jardinero mexicano para Halloween. Cuando me convertí en copresidente de la Asian American Political Alliance (AAPA) de Berkeley, indudablemente creía en mi ser supuestamente radical. Me sorprendió, entonces, cuando mi compañera copresidenta y todas las demás mujeres de la organización decidieron protestar contra mí y contra todos los demás hombres de AAPA por nuestro comportamiento sexista.
Exigieron que guardáramos silencio y escucháramos sus acusaciones contra nosotros: tomar crédito por su trabajo, hablar por encima de ellas y desconocer el género y la diferencia que éste marca en casi todas las cosas. Exigieron nuestro reconocimiento de que el movimiento asiático estadounidense por la justicia sería hipócrita si no exigiera también justicia para las mujeres asiáticas estadounidenses.
Estas feministas asiáticas estadounidenses me hicieron un favor al enfrentarme. No me convirtieron en feminista con una protesta, pero cambiaron mi visión personal. Me dieron una idea de cuán arraigados estaban en mí el patriarcado y la misoginia. Nunca he olvidado esa lección, y lidiar con las huellas del patriarcado y la misoginia en mi interior sigue siendo un trabajo en curso.
Mi tiempo en Berkeley me enseñó que tanto la educación como la autocrítica son importantes cuando se trata de confrontar las cosas que consideramos naturales. El sexismo es natural para muchos hombres, e incluso para algunas mujeres también. El racismo también parece natural, y no solo para los blancos.
Al crecer con gente vietnamita, escuché el racismo expresado contra los afroamericanos y los estadounidenses de origen mexicano. Los vietnamitas hacían lo que les parece natural a tantos inmigrantes: convertirse en estadounidenses al convertirse en racistas. Aún cuando los vietnamitas nunca se convertirían en blancos, definitivamente no se convertirían en negros.
Estos vietnamitas estadounidenses probablemente negarían su racismo y estarían de acuerdo con Watkins cuando escribió que su acción “no tenía nada que ver con el racismo o la discriminación”. Pero pintarse el rostro de negro tiene mucho que ver con el racismo y la discriminación, incluso si el alumno no se siente racista. Aunque no me creía sexista cuando era estudiante universitario, los efectos de mis acciones lo eran.
Más aún, tal vez tenía la intención de ser sexista sin siquiera reconocerlo. Las personas con buenas intenciones a menudo son cómplices de los sistemas de poder que los benefician, incluidos los sistemas de privilegio blanco, privilegio masculino y privilegio de clase. Abusar de los demás es natural, porque en la imaginación sexista, racista o clasista, el objeto del abuso se lo merece.
Tuve la suerte de asistir a una universidad donde el cuerpo de pregrado era razonablemente diverso, y donde mis compañeros me hicieron saber que mi comportamiento era inaceptable. En una universidad como Cal Poly San Luis Obispo, el campus racialmente menos diverso de la Universidad Estatal de California, la población es 54.8% blanca. Los estudiantes negros solo comprenden el 0.7% del alumnado. El Sr. Watkins fue privado, o se privó a sí mismo, del contacto con estudiantes afroamericanos que podrían haberle enseñado cuán ofensivo es pintarse la cara de negro.
Una función de la educación es enseñarnos cuáles son nuestros peores instintos y evitar que los sigamos. Cal Poly no ha hecho su trabajo para evitar que los estudiantes blancos actúen según sus privilegios y que los alumnos de color no se sientan bienvenidos ni entendidos. Y Cal Poly no es la única.
Las universidades y otras instituciones deben reemplazar las buenas intenciones con soluciones proactivas: reclutar un cuerpo estudiantil y un profesorado más diverso; financiar servicios de apoyo y crear redes de mentores para estudiantes de color, inmigrantes de primera generación, alumnos de clase trabajadora y cualquier otra población que necesite esta ayuda. Y hacer lo que se supone que debe hacer una universidad: educar.
Es muy probable que estos dos alumnos de Cal Poly no se hubieran pintado la cara de negro si hubieran estudiado la esclavitud, los linchamientos o la segregación. El estudio del racismo y las experiencias de las personas de color en este país debería exigirse en todas las preparatorias y universidades. No escribiría estas palabras si no hubiera sido un estudiante de estudios étnicos y receptor de una beca de acción afirmativa cuando asistí a mi postgrado.
Pero las escuelas no deberían quedarse sólo en cuestiones de raza. También deberían educar a sus alumnos sobre género y sexualidad. A pesar de toda mi conciencia racial, mi educación feminista comenzó informalmente, gracias a la intervención de las feministas asiáticas estadounidenses, que entendieron que, cuando la educación falla, los alumnos deben convertirse en maestros.
Viet Thanh Nguyen es escritor y profesor de inglés en USC. Su novela debut, “The Sympathizer”, ganó el Premio Pulitzer 2016 de ficción.
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